lunes, 1 de junio de 2015

La manzana de atrezzo



A medida que iba ascendiendo por esa pradera, el olor de la hierba se volvía más intenso. La luz del sol penetraba por todas partes y apenas dibujaba sombras sobre la tierra. Estaba sobre nosotros, quemando, con sus rayos de culpa, la piel de los mortales.
Sabía que no me podía detener, ya aliviaría estas quemaduras más tarde. Y entonces apareció. Nuevamente el monstruo consiguió darme alcance y plantado frente a mí, con su rostro demacrado, clavaba su mirada en mis ojos. Tenerlo delante me causaba repugnancia por lo que evitaba el contacto visual con él. De pronto, su mano se hundió alrededor de mi cuello y me obligó a mirarle a los ojos,  mientras las venas de mi cuello se inflamaban y mi rostro se enrojecía. Balbuceaba algo, pero no conseguía distinguir palabra alguna. Mi hora había llegado.
-¿Por qué? Creador.

Me he despertado agitado por la pesadilla que acabo de tener, esa que se repite una y otra vez. Noto cómo la almohada está húmeda por mi propio sudor y entonces extiendo mi brazo en busca de su cuerpo, pero ella no está en la cama. Entonces la busco por la habitación y la encuentro en el baño, con una toalla liada en la cabeza mientras se echa crema en sus finas piernas.
Siempre he pensado que mi esposa era una diosa griega, no he conocido a nadie con una piel tan suave como la suya, pero sucede que cuando te acercas a una rosa descubres sus espinas. Esa zorra merece lo que tanto tiempo he estado anhelando. Está decidido, hoy será el día.
Me levantaré y agarraré el cenicero que hay en el salón, me acercaré  a ella por detrás y le daré un abrazo. Una vez tenga apoyada mi barbilla sobre su clavícula le daré un beso y le susurraré al oído:

-Buenos días cariño, ¿cómo has dormido hoy?

Ella me dirá:
-Muy bien cielo. Acuérdate de recoger mi vestido de la tintorería cuando vayas de camino al despacho.

Y cuando se gire a darme un beso y deje de mirarse en el espejo le estamparé el cenicero, con tal fuerza que me podré deleitar viendo cómo éste se va abriendo paso entre el hueso de su cráneo. Saldrá despedida hacia el espejo y una vez colisione con él, miles de pequeños pedazos de cristal volarán por el baño. De su rostro lleno de cortes emanarán pequeños hilos de sangre y, mientras yo contemplo su cuerpo en el suelo del baño, me relameré toda la dulce sangre que tenga por mi cara. He soñado tantas veces con su muerte que me sé de memoria cada acontecimiento. Si, hoy será el día.

Recuerdo el día que conocí a esa zorrita, estaba en la Berlin School of Economics & Law para asistir a una jornada de economía que me ayudaría a completar mi tesis y ella estaba allí, en el tercer asiento de la cuarta fila de la sala. Una joven británica rubia, con una faldita que le llegaba por encima de sus rodillas y con unas gafas que de vez en cuando se llevaba a la boca cuando levantaba la mano para hacer una pregunta. El ritual era siempre el mismo: levantaba la mano, formulaba la pregunta, el poniente la contestaba, apretaba entonces su poli para que saliese la punta y anotaba la información en su cuaderno de piel.
Después de la jornada coincidí con ella en uno de los pasillos y lo que empezó como una pregunta desinteresada para saber dónde se encontraban las listas para inscribirse en las charlas de los próximos días acabó en una cafetería de Berlín.
Dos días más tarde quedamos de nuevo para vernos y así hasta que acabamos en mi piso de estudiante sudando las sábanas. Tan sólo nos llevábamos tres años de diferencia, ella tenía 24 años y yo 27. Era una chica dulce, inocente y extremadamente inteligente, pero si tuviese que resaltar algo de ella era su alegría, estaba llena de vitalidad.
Al año siguiente nos trasladamos a California, la aseguradora de mi padre abrió una sucursal allí y yo me convertí en el director general. Ella trabajaba conmigo y le enseñé todo lo que necesitaba para el negocio.
El primer mes no consiguió vender ningún seguro. No sabía cómo vender, acababa haciéndose amiga de los clientes pero se iba con las manos vacías. Me puse a trabajar con ella para enseñarle: a saber identificar las posibles necesidades que tenían los clientes, a detectar puntos débiles por los que podíamos meter miedo… Por ejemplo, a un padre de familia había que hablarle sobre qué sería de su familia si a él le pasara algo, luego hablarle de lo que tendría que hacer su mujer para mantener a sus hijos y para terminar, contarle el número de comidas que podrían hacer sus hijos al día. Llegados a este punto se viene abajo y decide comprar el seguro.
A los pocos meses se convirtió en la mejor vendedora de la aseguradora. La sucursal californiana se convirtió en el ejemplo a seguir. Llegó el momento de dar un paso más y decidimos casarnos pero no queríamos que eso se resumiese en una celebración en una iglesia. Tras meses de negociaciones, y bajo el respaldo de la empresa de mi padre, compramos a la principal competidora de la aseguradora. Nos convertimos en los propietarios de un gigante de las aseguradoras. Éramos una pareja joven, triunfadora y millonaria.
Ella me convenció en ampliar la empresa adquiriendo otras empresas pequeñas que abarcasen otros sectores. Poco a poco nos convertimos en un grupo mercantil que controlaba varias aseguradoras, gestorías, gabinetes de abogados… El Grupo Siman era conocido en todo el mundo.
Tenemos casas en más de 14 países distintos, 2 jet privados y un yate. Veraneamos en las Islas Caimán y esquiamos en Suiza. La gente nos envidia. Cada semana salimos en alguna revista de tendencias. Mi padre murió hace un año y ahora mismo soy el heredero de la asesoría que tenía. Nuestros nombres salen en la lista de Forbes. Sin duda, somos el matrimonio perfecto.
Pero la verdad es muy distinta, somos como una de esas manzanas que brillan en los escaparates de las tiendas de muebles. Pura fachada. Cuando la miro no veo a esa chica que me dijo que tenía que girar a la derecha cuando viese una fuente para beber agua. No, esa chica murió a manos de esta arpía. No tiene misericordia ninguna, el afán por conseguir dinero la ha vuelto loca. Yo soy el culpable de lo que es ahora, debo acabar con la abominación que he creado. Imprudentemente prendí la llama de la existencia a algo que no pude dominar.

Me levanto y me dirijo a la mesita, agarro el vaso y de un trago me bebo el ron que quedaba. Lo aprieto con firmeza y decisión.
Allí está, me mira, la muy zorra me mira y me sonríe.
Yo también le devuelvo la sonrisa mientras, paso a paso, me acerco a ella. Pestañeo y veo a la chica que conocí en Berlín. Vuelvo a pestañear y veo a “la criatura”. Una arcada me recorre todo el cuerpo pero continúo hacia delante. Ella ya no me presta atención, sigue tocándose las piernas, hasta que de golpe me paro en seco y alza la mirada con aires de altivez. Me mira con sus ojos penetrantes y esboza una sonrisa que me desconcierta. Mi cuerpo no responde, estoy petrificado. De golpe un pinchazo agudo me traspasa todo el pecho y me desvanezco en el suelo. La escena se diluye.
-¡¿Qué me has hecho, zorra?! ¿¡Qué llevaba esa copa?!
-Student beats teacher.






domingo, 15 de marzo de 2015

Por quién doblan las campanas.

Tomo prestado el título de la obra de Enerst Hemingway para este réquiem personal que quiero hacerle, y así poder honrarle ("a él").


Un adiós, un hasta nunca. Es difícil despedirse de alguien para siempre, pensar que nunca más podrás hablar con él. A medida que pasa el tiempo y la llama de la vida se va consumiendo vamos dejando a nuestro paso una serie de fichas de dominó, colocadas una detrás de otra formando un inmenso laberinto. Una vez la vida nos es arrebatada, cae la última de estas fichas empujando a sus hermanas. Solo si hemos colocado bien esas fichas a lo largo de nuestra vida, conseguirán acabar el recorrido y prenderán nuestro recuerdo en los que se quedaron.

En este caso las colocó muy bien, estoy orgulloso de mi abuelo. Todos lo recordarán como aquel señor de cabello y bigote blanco que conducía un panda verde. Recuerdo cuando era pequeño y estando en mi casa, oía el ruido del coche y salía a la calle a recibirlo. Ese olor a tabaco negro que olía el coche y ese ambientador de fresa que llevaba años colgando del retrovisor. Agradezco haber aprovechado estos últimos años con él, doy gracias a haber sido lo suficiente maduro como para sentarme en el sofá con él y escucharlo, aunque lamento no haberlo hecho antes. Sus historias de sus primeros trabajos, de su viaje a Suiza, de cómo conoció a mi abuela o de lo que hacían cuando eran jóvenes. 

Echaré de menos esas obras de carpintería que hacía en su taller. ¡Cuantas cucharas de palo, sillas y hamacas hizo! Pero lo que más nos gustaban eran esas espadas de madera que nos hacía. Es una lástima que se haya ido sin haber hecho ese coche de carreras que tanto quería hacernos o la caseta de madera.

Y aunque no he conseguido que entienda qué estoy estudiando y me pregunte que si no preferiría ser cartero, lo quiero mucho. Me quedo con su frase "Yo lo que te deseo es que cuando acabes de estudiar encuentres plaza". Y eso haré abuelo, aunque no me hayas podido ver acabar, voy a trabajar duro día a día para formarme y acaba mi carrera, y como dices tú: encuentre plaza. Esta es la espinita que se me queda clavada, el que no me hayas visto acabar, pero estoy contento porque me has visto acabar bachiller y entrar en la carrera, me has visto sacarme el carnet del coche, me viste subido encima de un escenario y me has visto viviendo en Sevilla. Soy un hombre, que poco a poco, aprende a valerse por sí mismo, que cocina, plancha y lava.

Siempre estarás en nuestro recuerdo, has sido un hombre bueno, por eso siempre te llevaremos dentro.

sábado, 13 de septiembre de 2014

Un pájaro, una hormiga.


De pequeño siempre soñé con volar, con ser como un pájaro y ver todo desde arriba. Ver las casas, las personas y las iglesias como simples juguetitos. Ya no quiero ser un pájaro, que desde arriba diminuto todo ve, ahora quiero ser hormiga, y ver enorme todo lo que me rodea. Será mágico ver abrirse una flor, el sonido de un beso no pasará desapercibido, y no tendré mas remedio que huir de las lágrimas. Y es que las personas tenemos el don de elegir cómo queremos ver las cosas. Hubo reyes que querían ser gavilanes sintiendose superiores a los demás, observádolo todo desde arriba, pero se perdían las maravillas que podemos llegar a hacer las personas, los pequeños gestos, que han dado fruto a palabras como GRACIAS.

Eternidad

Una vieja ventana color verde deja pasar, a través de sus cristales, rayos de cobre que colorean la habitación de un tono dorado. Unas plantas verdes colgadas de las paredes proyectan sus sombras sobre el suelo dibujando extrañas siluetas. Sobre una mesa de madera, vestida con un tapete de visillo, hay un pequeño reloj de arena con las bases de madera. En el cristal del reloj se refleja toda la habitación. Dentro de él la arena ha dejado de caer, toda permanece en la parte de abajo, inmóvil. Toda, menos un diminuto grano de arena, que permanece suspendido en el aire, en la parte más estrecha del reloj, ahí desmontando todas las teorías de los más célebres físicos. Pareciese como si el tiempo se hubiese detenido, los pájaros que de buena mañana se escuchaban ya no trinaban; el gato, que golpeaba la ventana todas las mañana en busca de alimento, ese día no llamó; y la señora que de negro vestía, que cojeaba de una pierna y con su alegre canto a todos los de la casa despertaba, tampoco ese día apareció. ¿Era aquella estancia la que permanecía petrificada en el tiempo o era todo el universo? No muy lejos de ahí una pareja de jóvenes, ella una dama de familia acomodada; y él un labriego de familia campesina, juntaban sus labios fundiéndose en el que era su primer beso. Nada existía para ellos, ni la ventana verde de la casa, ni el gato que por la cornisa andaba, ni los pájaros que en las ramas piaban, ni Dolores cantando de buena mañana; tan solo ella y él, un beso y la eternidad.